Según como te veas a ti mism@, actúas de una forma u otra frente a los demás y frente a las situaciones y oportunidades que se te presentan. Por eso las etiquetas con las que nos identificamos son tan peligrosas:

“soy torpe”, “soy pesimista”, “soy vergonzos@”, “no se me da bien hablar en público”, “siempre me equivoco”, “las cosas nunca me salen como quiero”, “tengo mala suerte con los hombres/mujeres”…

Todas las frases que nos decimos y que, lamentablemente, acabamos creyendo, hacen que actuemos de una forma concreta, “pautada”, como si siguiéramos un guión, llevándonos siempre a un mismo resultado. Por eso se escucha tan a menudo la frase de “siempre me pasa igual”. ¿Por qué?

Porque tomamos decisiones según nuestras creencias.

Esas frases o etiquetas con las que nos identificamos nos atrapan como en la película de Bill Murray, “El día de la marmota”, donde el destino del protagonista se repetía, una y otra vez, sin que pudiera hacer nada para cambiarlo.  Pero no tiene por qué ser así.

'Creerse una víctima es el mayor de los daños que podemos hacernos porque la víctima no se respeta a sí misma ni sabe poner límites.' Clic para tuitear
¿Y cómo podemos cambiar nuestras creencias?

Siendo conscientes del rol que nos hemos construido, ese papel que interpretamos y que creemos que es inamovible y  a través del cual vemos la vida. Un ejemplo:

si yo me creo insignificante, si no me valoro lo suficiente, me acercaré a otra persona -que llamaremos ‘Pablo’- con la cabeza ligeramente agachada y los hombros hundidos. Ante los ojos de Pablo, pues, seré insignificante. Pero no porque Pablo nos desee lo peor. No porque nos infravalore de primeras, sino porque le estaremos diciendo, a través de nuestro lenguaje corporal, que somos menos que él y que no merecemos que nos mire como a un igual. Nuestro complejo de inferioridad influirá directamente en nuestra relación con Pablo.

Y se requiere mucha consciencia y trabajo personal por parte de Pablo para que Pablo no caiga en ese rol de superioridad que nosotr@s mism@s le hemos asignado.  Lo más seguro es, pues, que Pablo acabe mirándonos por encima del hombro con aires de superioridad o con pena, reforzando nuestra creencia de que somos poquita cosa o, lo que es lo mismo, una víctima: “pobrecit@ yo que nadie me quiere”.

Sé que suena duro,

pero creerse una víctima es el mayor de los daños que podemos hacernos porque la víctima no se respeta a sí misma ni sabe poner límites. Si conoces a alguien que se victimice, recuerda que sentir pena por ell@s no les ayuda, al contrario, solo refuerza su identidad de víctima. Ayúdales a encontrar su fortaleza interior porque en la pena de los demás solo encontrarán muletas en las que apoyar su falta de autoestima y desde ahí no podrán crecer.

Hay personas cuyo rol es justamente el contrario: se creen superiores al resto. En realidad, es otra forma camuflada de inseguridad. Compensan su falta de confianza inflando su ego y lo hacen a costa de los demás: se valoran a sí mismas SOLO en contraposición con el otr@. Al igual que en el ejemplo de víctima, cuando se relacionen contigo buscarán reafirmar esa creencia por lo que te “manipularán” para que actúes acorde al rol que más les convenga a ell@s para sentirse superiores.

En toda relación hay un juego de roles.

De forma inconsciente, las personas con la que interactuamos intentan colocarnos en un rol concreto, un rol con el que ellas se sienten cómodas, un rol que les es familiar. Por eso, cuando actúas de forma distinta, te miran con cara desencajada sin saber qué decir como un actor o actriz que, después de la frase improvisada de su compañer@, no sabe qué hacer con sus líneas aprendidas. Por eso dicen que cuando en una relación entre dos personas una de ellas cambia, la otra también tenderá  a cambiar, ya sea una relación de pareja, relación de amistad o familiar.

Por ejemplo, en una relación entre madre e hijo, si el hijo cambia de actitud -por ejemplo, deja de contestar mal a todo lo que la madre dice-, la madre, aunque al principio se resista  al cambio y siga con su actitud reprochadora, a  la larga desistirá y reaccionará de forma distinta. Eso sí, requiere un gran trabajo por parte del hijo -por la parte que cambia- el mantenerse en su nueva actitud de calma frente a una madre que, siguiendo el antiguo “guión”, le grita y le dice que siempre está igual.

Por eso es tan peligroso el querer agradar a los demás.

Buscar la aprobación de los demás es guardar en un cajón lo que sentimos para vestirnos con las necesidades de otr@s. ¿Y lo que necesitamos nosotr@s? ¿Por qué vale más lo que dice, quiere o piensa otra persona que lo que sentimos nosotr@s? Buscar encajar en lo que esperan los demás de ti, aceptar los roles que te asignan, te empequeñece, empequeñece lo que eres, tu valía, tu fuerza interior y la confianza que depositas en ti mism@.  Te mereces mucho más que eso.

Ser human@ es complejo. Y cuanto más entendamos cómo funciona nuestra mente y más conscientes seamos de nuestras creencias y de los roles que hemos aprendido, más herramientas tendremos para gestionar nuestras neuras e inseguridades y más fuertes seremos ante las exigencias camufladas o más evidentes, conscientes o más inconscientes, de los demás. Así que solo te pido una cosa, que creas que el cambio es posible.

Como siempre, gracias de ❤️ por seguir este blog. Deseo que sigas creciendo y buscando todo aquello que te hace sentir bien porque solo tú puedes saber qué es bueno para ti. No le dejes esa tarea a otr@.

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