Much@s coaches y gurús del high performance y del desarrollo personal te dicen “haz lo que te dé miedo”. Dicen que el miedo te indica qué es eso que más quieres.

Coincido con ellos en que el miedo puede ser una guía muy fiable y útil, pero solo si aprendemos a escucharla… Porque si  nos dejamos llevar por la inercia y decimos que “no” a todo lo que nos asusta, corremos el riesgo de apagar esa llamita interior llamada “alegría de vivir” y levantarnos cada mañana con un peso sobre los hombros, el del fantasma de las cosas que nunca hicimos por falta de coraje.

Ignorar nuestra guía interior, un día tras otra, una decisión tras otra, nos lleva al agotamiento interior.

Yo tengo pánico a hablar en público,

a tener los ojos de decenas de personas mirándome porque la primera que se juzga soy yo misma. Pero cuando me enfrento a una multitud, pasado el momento “¿por qué estoy haciendo esto?”, siento una sensación de expansión, de amplitud como cuando te desabrochas el pantalón después de un paquete de galletas. O como cuando los dinosaurios de la película “En busca del valle encantado” encuentran el valle. Mítica peli, por cierto, que marcó mi infancia 🙋.

Y es que, en el fondo, en el profundo fondo e inabarcable pozo de mí misma, hablar en público me gusta, solo que me enfrenta a mis peores miedos:

El miedo al rechazo, a confirmar que no valgo…

Me fuerzo a actuar, a pesar de la parálisis por miedo, pero eso no silencia la verborrea interior que se me desata para hacerme tirar la toalla.

Un ejemplo: a los veintipocos años me dio por cantar. Cantaba mejor o peor. Yo diría, más bien, que tirando a peor. Cantaba con mi voz como instrumento y acompañada por mis limitaciones, mis condicionamientos, mis neuras, mi lado vergonzoso… Ahí me di cuenta cuan en contra mío juega mi cabeza porque cantar no es sólo técnica, también es soltar, fluir, permitirse ser, algo que requiere la tarea más difícil de todas:

callar a nuestro juzgador interior.

Y mi juzgador tiene un tamaño mastodóntico como Jabba el Hutt de La Guerra de las Galaxias (no soy tan freaky de Star Wars; tuve que buscarlo en Google 😋).

A los veintimedios decidí formar un grupo, EL SONIDO DE LA CARNE. Ya me dirás tú qué hace una persona con miedo escénico montando un grupo. Cada vez que salía al escenario me decía a mí misma, “¿Pero qué estoy haciendo?” “¿Quién me ha llamado a estar aquí?” “Solo haré el ridículo”… Las seis primeras actuaciones lo pasé fatal.

'El miedo es un indicador de las barreras que tienes que saltar para ser más libre' Clic para tuitear En el segundo concierto estaba recién saliendo de una gripe y de la cama a la que había estado pegada cual costra durante una semana. Os pongo en situación…

Mi padre me había venido a ver desde Tenerife. La sala estaba completamente iluminada, llena. Había unas 60 personas. El escenario era de esos bajitos y tenía a dos chicas, amigas de un amigo de Pedro, el guitarrista, en primera fila a un palmo de distancia. Veía sus expresiones como en una pantalla de alta resolución. Chiquita paranoia… Cada fruncimiento de ceño, cada mueca torcida que hacían me desconectaban del momento presente, es decir, todo el tiempo. Me ponía a pensar en lo ridícula que debía verme, cantando con la mandíbula tensa cual Chuki, sonando como un gato ronco en sus últimos momentos de vida…

Un horror, de verdad. Sufrí toda la hora y media del concierto. Y no exagero, no. Así me lo confirmó mi padre que tiene grandes virtudes, pero no tacto. De esa noche saqué un novio (no me digáis cómo) y, lamentablemente, un vídeo: mi padre, con todo su amor, me había grabado durante el concierto. Por suerte el paso del tiempo hizo desaparecer la grabación.

La séptima vez que me enfrenté al escenario, comencé a disfrutarlo a mitad del concierto. Y qué gozada es cuando alcanzas ese punto: de repente todo el sufrimiento anterior parece haber valido la pena. En el último concierto -ya hace años de eso-, logré relajarme desde la primera canción. Solo tardé las primeras estrofas en acomodarme en mi incomodidad.

Moraleja de la historia:

tener un cara a cara con el miedo se hace cuesta arriba, te hace dudar infinitas veces de ti mism@. Durante el proceso te llamas las peores cosas, las que más te duelen, además, porque quien mejor conoce tus puntos débiles eres tú mism@. Te desmoralizas, buscas excusas para escaquearte, pero es maravilloso cuando llegas a la punta y ves todo lo que has escalado hasta llegar ahí. Ves el mundo desde una nueva perspectiva, una más holgada y libre.

Pues así es el miedo, cabrón,

pero un cabrón que te indica qué barreras tienes que saltar para ser libre.

'Avanzar da miedo, aunque se avance a un lugar mejor' Clic para tuitear

¿Podemos vivir toda nuestra vida evitando lo que nos da miedo? Claro… Eso sí, requiere un trabajo importante por nuestra parte, además de tener consecuencias no deseadas, porque incluso evadir el miedo desde el sofá viendo Netflix causa un conflicto interior que nos desgasta. Toda resistencia -“no quiero hacer esto, aunque debería estar haciéndolo”, “no quiero pensar en esto, aunque estoy pensando en ello igualmente”- conlleva un desgaste que, aunque no sea tan evidente, exige un esfuerzo por nuestra parte.

¿Por qué no dirigir ese esfuerzo, entonces, a escuchar qué nos da miedo y plantearnos, en serio, qué es lo peor que podría pasarnos? Porque si analizas, con cabeza, qué es lo  peor que podría pasar, muchas veces,  no es para tanto; es el no pararnos a pensar en ello e ignorar nuestra “llamada” interior  lo que magnifica nuestros demonios como quien no abre el armario por si hubiera un monstruo dentro.

Avanzar da miedo,

aunque se avance a un lugar mejor. Y aquí no estoy diciendo que hagamos todo lo que nos dé miedo. Hay que afinar bien el olfato para identificar cuáles de los miedos que sentimos son los que nos despiertan cierta “mariposilla” o nervio interior, cierto deseo del tipo “qué genial sería si…” que nos lleva a a agrandar los ojos o a sentir cierto anhelo.

Y hay que tener cuidado con el anhelo porque anhelar puede ser adictivo. Es como romántico: “ayyy, si tuviera ese algo en mi vida…” y suspiras mientras coges el mando de la tele para cambiar de canal.

Pero si, de verdad, quieres eso que anhelas y crees que hay una posibilidad, aunque se remota, de conseguirlo… ¿Mi consejo? Mata el romanticismo y ponte a darle forma. Y mantente alerta: te darás mil justificaciones para  no intentarlo.

Como dice el psiquiatra Arnold Mindell en su libro “El cuerpo que sueña”:

“Asumir un riesgo a menudo resulta ser la medida más segura”

ARNOLD MINDELL

No hay  nada seguro en la vida así que  ¿por qué no arriesgarse un poquito más de lo que nos arriesgaríamos normalmente y ponemos contenta a esa parte nuestra que languidece porque no se cree suficiente?

Ah! Y para l@s curios@s, aquí os dejo el enlace de mi ex-grupo, El Sonido de la Carne.

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¿A qué miedo te gustaría enfrentarte?

Todos tenemos miedos. Hablar de ellos puede ayudarnos a quitarles el poder que tienen sobre nosotr@s. Puedes hacerlo en los comentarios de abajo👇.

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